A los presidentes latinoamericanos les encanta Twitter (y esta no es una buena señal)
Cuando los líderes de las democracias débiles usan las redes sociales para conectarse con sus electores, las personas se sienten escuchadas. Pero Twitter no les dará a los ciudadanos lo que necesitan.
La democracia latinoamericana nace con un pecado original: es la región con mayor inequidad en la distribución del ingreso en el mundo. El proceso de construir una institucionalidad democrática formal, con los sistemas de incentivos correspondientes, estuvo emparejado con una ruda exclusión social y altos niveles de pobreza.
El modelo madisoniono implementado en los años 80 después del fin de las dictaduras -caracterizado por los partidos políticos, las elecciones generales, la división de los poderes públicos y en el control civil de las fuerzas armadas- no correspondió a las identidades culturales de la mayoría de las naciones.
Esto ha dejado brechas que han resultado, tres décadas después, en una falta de capacidad estatal para canalizar las demandas de los ciudadanos. Aunque la democracia aquí es joven, todavía no hemos podido resolver estos viejos problemas y estos de alguna manera explican el devenir de muchas de las crisis politicosociales de la región, desde Brasil y Venezuela hasta México.
En respuesta, los líderes latinoamericanos sienten la necesidad de inventar nuevos mecanismos para el ejercicio de liderazgo: mediado por las redes sociales. En América Latina se ha producido un crecimiento sostenido de las redes sociales desde las instancias del poder político durante los últimos años.
Llenar el vacío
En este espacio lleno de actores, los presidentes de Venezuela y Ecuador, Nicolás Maduro y Rafael Correa, por ejemplo, destacan en Twitter por el número de seguidores y por su actividad continua.
El presidente venezolano tiene más de tres millones de seguidores, y en su timeline puede observarse la totalidad de la agenda presidencial, sus compromisos y sus relaciones con los electores. Encontramos desde notas en contra del Secretario General de la OEA hasta inauguraciones de obras públicas.
Correa, quien en 2014 fue el tercero entre todos los líderes del mundo (después de los presidentes de Uganda y Ruanda) en utilizar las redes sociales, cuenta con un número similar de seguidores. Actualmente su cuenta está llena de las dinámicas de sus posturas particulares al respecto a la actual campaña presidencial, pero en un capítulo del podcast Radio Ambulante, un ecuatoriano describe cómo Correa utilizó Twitter para responder rápidamente y fuertemente a una página de Facebook que lo criticaba, tanto que se podría considerar una clase de troleo.
Ambos, Maduro y Correa, protagonizan programas de televisión en los que hablan de los mensajes que reciben, mencionando, para bien o para mal los nombres de quienes envían tweets a sus cuentas oficiales. El ciudadano, quien ahora también es espectador, se siente atendido, incorporado dentro del juego político, visibilizado.
El asunto no es exclusivo de los líderes de izquierda. El ex presidente colombiano Álvaro Uribe utilizó las redes durante su presidencia, al igual que el actual mandatario Juan Manuel Santos. Mauricio Macri, presidente de Argentina es un fan de Snapchat, lo cual forma parte de su oficial estrategia de comunicaciones.
El presidente de Venezuela aparece en televisión para trolear a un detractor en Twitter.
La crisis de gobernabilidad
La política no solo tiene que ver con la gestión estatal sino también con la capacidad gubernamental para construir oportunidades de realización para las aspiraciones de los ciudadanos. El hecho de que nuestra democracia fuera implementada sin un sólido proceso consultivo, un sistema educativo adecuado o un plan para combatir la pobreza estructural dio paso a un sistema político sistemáticamente excluyente.
Se trata de voces silenciadas -de los pobres campesinos, de las mujeres y las comunidades indígenas- que no eran (ni son) consideradas en la elaboración e implementación de las políticas públicas. Las fallas en las instancias de intermediación no permiten contabilizar las demandas de estos sectores.
Este vacío puede ser resuelto fundamentalmente por dos vías. El primero, la supresión de las demandas mediante el uso de la fuerza, lo cual es bastante común en la región. Pero como política oficial reduce la legitimidad democrática del gobierno.
El uso de nuevos mecanismos de intermediación es la otra vía. Es decir, la tendencia de los líderes latinoamericanos de emplear las redes sociales para comunicarse directamente con los electores es resultado de la debilidad institucional de nuestra democracia para procesar, atender y responder a demandas.
El uso de las redes sociales para mitigar esta situación redefine la relación gobernante-gobernado construyendo nuevos mecanismos de representación del imaginario político y de las relaciones de poder: el gobernante “unge” al sujeto al reconocerlo.
Pero aquí hay un problema vital. No se trata de una construcción de ciudadanía de carácter republicano, sino de una identidad derivada desde una artificiosa representación de una dinámica del poder equitativa. Con Twitter, el hombre común percibe que puede enviar un mensaje directo a quienes ejercen el poder, informándole de una situación particular, la suya. El ciudadano siente que deja de un lado su anonimato y que puede sortear las dinámicas complejas de la burocracia.
Pero claro que no es así. El gobernante es incorporado de manera artificiosa, a través de los imaginarios sociales, a la cosmovisión del ciudadano a través de un proceso de interlocución digital que define, según diría Zygmunt Bauman, una falsa sensación de comunidad.
Este proceso también supone una lógica clientelar, pues la comunicación en la mayoría de los casos refiere peticiones y solicitudes -desde denuncias concretas de fallas en los servicios públicos hasta solicitudes de ayudas- para ser solucionadas por el gobernante todopoderoso.
Mecanismos perversos, un sistema tronado
El sistema de e-gobernanza, si es que se puede llamar así, pervierte las dinámicas de legitimación del gobierno.
El hecho de que las masas dependan de la comunicación digital con un líder específico deja totalmente fuera del proceso a las dinámicas institucionales y los mecanismos de control existentes. Cuando un delito es reportado al presidente, ¿qué papel tienen los tribunales? Cuando el presidente se entera de que hay un desagüe roto, ¿quién le dice al gobierno municipal? Las redes son pura y simplemente una forma evolutiva de los medios de comunicación social. Si bien permiten el diálogo y personalizan el discurso, no tienen, en sí mismas, la capacidad para resolver los asuntos de la gente.
La clave de las políticas públicas tiene que ver con su elaboración e implementación de manera eficiente y inclusiva. El exceso de información que transita por las redes, la diversidad de los mensajes y la dificultad de verificar la validez de una información pueden distorsionar la opinión pública y, según estudios, hasta podrían afectar la capacidad de quienes toman las decisiones para evaluar los retos y los problemas que enfrenta.
Adicionalmente, deberíamos considerar que quienes deciden (así como muchas personas) tienden a escuchar aquello que les interesa y a desechar lo que no. Así, más allá de las preocupaciones asociadas con la administración, los gobernantes de este tiempo líquido están interesados en el número de personas que los siguen y no necesariamente en resolver sus demandas.
Es así como le parece fácil para el presidente Nicolás Maduro ignorar el hecho de que miles de refugiados venezolanos están huyendo del país. A fin de cuentas su público virtual está intacto y su programa de TV es visto todos los domingos por millones de televidentes.
La #Twitterpolítica podría ser una curiosidad divertida si no pusiera en evidencia claramente la debilidad institucional que sufren los gobiernos de América Latina. Las dificultades para atender las necesidades de los electores se ubican en el núcleo de un sistema político fundamentado en la desigualdad, la exclusión social, el analfabetismo y el elitismo. Y estas fallas estructurales no las resuelven las redes sociales.
Miguel Angel Latouche does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organization that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
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