Cómo vino la Iglesia Católica a oponerse al control de natalidad

En julio se cumplen 50 años de la encíclica del Papa Pablo VI que prohíbe el uso de anticonceptivos. Durante muchos años antes, la iglesia no había sido tan explícita en su postura.

Author: Lisa McClain on Jul 17, 2018
 
Source: The Conversation
El Papa Pablo VI prohibió el uso de anticonceptivos en 1968. AP Photo/Jim Pringle

Julio 2018 marca el 50 aniversario de la histórica “Humanae Vitae”, la estricta prohibición del Papa Pablo VI de la anticoncepción artificial, publicada después del desarrollo y evolución de la píldora anticonceptiva.

La decisión conmocionó a muchos sacerdotes y laicos católicos. Pero los católicos conservadores elogiaron al Papa por lo que veían como una confirmación de las enseñanzas tradicionales.

Como académica especializada tanto en la historia de la Iglesia Católica como en los estudios de género, me consta que por casi dos mil años, la posición de la Iglesia Católica respecto al control de natalidad ha sido de cambio y evolución constantes.

Y aunque la teología moral católica ha condenado de manera consistente la contraconcepción, no siempre ha sido el campo de batalla religiosa como lo es hoy.

Prácticas tempranas de la Iglesia

Los primeros cristianos conocían la anticoncepción y es probable que la hayan practicado. Los textos egipcios, hebreos, griegos y romanos, por ejemplo, discuten prácticas anticonceptivas muy conocidas, que van desde el método de coitus interruptus (eyaculación externa) hasta el uso de estiércol de cocodrilo, dátiles y miel para bloquear o matar el semen.

De hecho, mientras que las escrituras judeocristianas animan a los seres humanos a “crecer y multiplicarse”, nada en las Escrituras prohíbe explícitamente la anticoncepción.

Cuando los primeros teólogos cristianos condenaron la anticoncepción, lo hicieron no sobre la base de la religión sino en un toma y daca de prácticas culturales y presiones sociales. La oposición temprana a la anticoncepción fue a menudo una reacción ante la amenaza de los grupos heréticos, como los gnósticos y los maniqueos. Y, antes del siglo XX, los teólogos asumieron que los que practicaban la anticoncepción eran “fornicadores” y “prostitutas”.


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El propósito del matrimonio, según ellos creían, era lograr descendencia. Si bien el sexo dentro del matrimonio no se consideraba en sí mismo un pecado, el placer por el sexo sí lo era. El teólogo cristiano del siglo IV, Agustín de Hipona, caracterizó el acto sexual entre cónyuges como autoindulgencia inmoral si la pareja evitaba la concepción.

No es una prioridad de la Iglesia

Sin embargo, por muchos siglos la Iglesia tuvo poco que decir acerca de la anticoncepción.

Después del declive del Imperio Romano, por ejemlo, la iglesia hizo poco para explícitamente prohibir la anticoncepción o detenerla, aunque indudablemente la gente la practicó.

La mayoría de los manuales de penitencia de la Edad Media, que indicaban a los sacerdotes sobre qué tipo de pecados se debía preguntar a los feligreses, ni siquiera mencionaban la anticoncepción.

No fue hasta 1588 que el Papa Sixto V adoptó la posición conservadora más fuerte contra la anticoncepción de la historia católica. Con su bula papal “Effraenatam”, ordenó a todas las iglesias y a las autoridades civiles que se llevaran a cabo sanciones por homicidio contra quienes practicaran la anticoncepción.

Sin embargo, tanto la iglesia como las autoridades civiles se negaron a hacer cumplir sus órdenes. Los laicos prácticamente las ignoraron.

Tres años después de la muerte de Sixto, el próximo Papa revocó la mayoría de las sanciones y les dijo a los cristianos que consideraran que la bula “Effraenatam” “nunca había existido”.

A mediados del siglo XVII, algunos líderes de la iglesia incluso llegaron a admitir que las parejas podían tener razones legítimas para limitar el tamaño de la familia.

El control de la natalidad se hace más visible

En el siglo XIX, el conocimiento científico sobre el sistema reproductivo humano avanzó y las técnicas anticonceptivas mejoraron. Se hicieron necesarias nuevas discusiones.

Sin embargo, las sensibilidades de la época victoriana desalentaron a la mayoría de los clérigos católicos a predicar sobre cuestiones de sexo y anticonceptivos.

Cuando un manual de penitencias de 1886 dio instrucciones a los confesores para que preguntaran explícitamente a los feligreses si practicaban métodos anticonceptivos y les ordenaba que rechazaran la absolución por los pecados a menos que se detuvieran, la orden fue prácticamente ignorada.

En el siglo XX, los cristianos en algunos de los países más católicos del mundo, como Francia y Brasil, estaban entre los que utilizaban con mayor frecuencia la anticoncepción, lo que los había llevado a una disminución dramática en el tamaño de la familia.

Como consecuencia de esta creciente disponibilidad y uso de anticonceptivos entre católicos, las enseñanzas de la Iglesia sobre el control de la natalidad —que siempre había estado allí— comenzó a convertirse en una prioridad indiscutible. El papado decidió llevar el diálogo sobre la anticoncepción fuera de las discusiones teológicas académicas desde dentro del clero a los intercambios regulares entre las parejas católicas y sus sacerdotes.

En cuanto a su franco pronunciamiento de 1930 sobre el control de la natalidad, “Casti Connubii”, el Papa Pío XI declaró que la anticoncepción era inherentemente malvada y un cónyuge que practicara cualquier acto anticonceptivo “viola la ley de Dios y la naturaleza” y lleva la “mancha de un gran defecto mortal”.

Los condones, los diafragmas, el método del calendario e incluso el coitus interruptus quedaban prohibidos. Solo la abstinencia fue permitida para prevenir la concepción. Los sacerdotes debían enseñar esto tan claro y con tanta frecuencia que ningún católico podía alegar ignorancia sobre la prohibición de la anticoncepción.

Muchos teólogos supusieron que se trataba de una “declaración infalible” y así se la enseñaron a los laicos católicos durante décadas. Otros teólogos la vieron como obligatoria pero “sujeta a reconsideración futura”.

En 1951, la Iglesia modificó su postura de nuevo. Sin revertir la prohibición de control de la natalidad de “Casti Connubii”, el sucesor de Pío XI, Pío XII, se desvió de su intención. Aprobó el método del ritmo para las parejas que tenían “razones moralmente válidas para evitar la procreación”, definió dichas situaciones de manera bastante amplia.

La píldora y la Iglesia

El Museo del Sexo, en Nueva York, marca el 50 aniversario del primer anticonceptivo oral del mundo en 2010. AP Photo/Bebeto Matthews

Sin embargo, a principios de la década de 1950, las opciones para la anticoncepción artificial estaban creciendo, incluida la píldora. Católicos devotos querían permiso explícito para usarla.

Los líderes de la iglesia afrontaron el problema sin rodeos, expresando una variedad de puntos de vista.

A la luz de estas nuevas tecnologías anticonceptivas y el desarrollo del conocimiento científico sobre cuándo y cómo ocurre la concepción, algunos líderes creyeron que la Iglesia no conocía la voluntad de Dios sobre este tema y deberían dejar de fingir que sí. El obispo holandés William Bekkers dijo eso abiertamente en la televisión nacional en 1963.

Incluso Pablo VI admitió su confusión en una entrevista con un periodista italiano en 1965:

“El mundo pregunta qué pensamos y nos encontramos tratando de dar una respuesta. Pero, ¿qué respuesta? No podemos guardar silencio. Y, sin embargo, pronunciarse es en sí un problema. Lo real es que la Iglesia nunca en su historia ha enfrentado ese problema”.

Hubo otros, sin embargo, como el Cardenal Alfredo Ottaviani, líder de la Congregación para la Doctrina de la Fe —el cuerpo que promueve y defiende la Doctrina católica— que no estuvo de acuerdo.

Entre los que estaban firmemente convencidos de la verdad de las prohibiciones estaba el jesuita John Ford, quizás el más influyente moralista católico de EEUU del siglo pasado. Aunque ninguna Escritura menciona la anticoncepción, Ford creía que las enseñanzas de la Iglesia estaban basadas en la revelación divina y, por lo tanto, no debían ser cuestionadas.

La cuestión quedó a consideración de la Comisión Pontificia para el Control de la Natalidad, celebrada entre 1963 y 1966. Esta comisión, por abrumadora mayoría —un 80 por ciento reportado— recomendó a la Iglesia ampliar su enseñanza para aceptar la anticoncepción artificial.

Esto no fue en absoluto inusual. La Iglesia Católica había cambiado su postura sobre muchos temas controvertidos a lo largo de los siglos, como la esclavitud, la usura y la teoría de Galileo de que la Tierra gira alrededor del sol Opinión minoritaria.

‘Humanae Vitae’ es ignorada

Una protesta en Charleston, Carolina del Sur, en 2012, contra un mandato federal que requería que los empleadores proporcionaran seguro médico que incluyera control de la natalidad para los trabajadores. AP Photo/Bruce Smith

Sin embargo, algunos temían que sugerir que la Iglesia había estado equivocada estas últimas décadas hubiera sido admitir que la iglesia había estado sin la dirección del Espíritu Santo.

Pablo VI se puso del lado de esta opinión minoritaria y emitió “Humanae Vitae”, que prohibía toda forma artificial de control de la natalidad.

Muchos argumentan que su decisión tenía más que ver con la preservación de la autoridad de la Iglesia que con el sexo. Los sacerdotes y laicos protestaron.

“Era como si hubieran encontrado engavetada, en algún lugar del Vaticano, alguna encíclica inédita de los años 1920, comentó un miembro laico de la comisión. "La desempolvaron y la entregaron”.

Mucho ha cambiado en la Iglesia Católica desde 1968.

Hoy en día, los sacerdotes consideran una prioridad pastoral fomentar el placer sexual entre los cónyuges. Si bien las prohibiciones de la “Humanae Vitae” continúan, muchos pastores analizan las razones por las que una pareja podría querer usar anticonceptivos artificiales: para proteger a un compañero contra una enfermedad de transmisión sexual, por ejemplo, o limitar el tamaño de la familia por el bien de esta o del planeta.

Millones de católicos de todo el mundo han decidido seguir su lectura.

Lisa McClain no trabaja para ninguna compañía u organización que se beneficie de este artículo; tampoco consulta ni posee acciones ni recibe fondos por este concepto; de la misma manera, no ha divulgado afiliaciones relevantes más allá de su posición académica.

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