Lo que usted come puede reprogramar sus genes: un experto explica la ciencia emergente de la nutrige
Los científicos apenas están comenzando a descifrar los mensajes genéticos de los alimentos y cómo eso puede afectar la salud.
La gente suele asociar la comida con el sustento, las calorías y la energía. Sin embargo, las evidencias científicas más recientes sugieren que la comida también “habla” con nuestro genoma, que es el diseño genético que ordena la manera en que el cuerpo funciona desde el nivel celular.
Esa comunicación entre los alimentos y los genes puede afectar su salud, fisiología y longevidad. La idea de que los alimentos envían mensajes importantes al genoma de un animal es el objeto de estudio de un campo conocido como nutrigenómica. Esta disciplina aún está dando sus primeros pasos, por lo que muchas preguntas siguen envueltas en el misterio. Sin embargo, los investigadores ya hemos descubierto muchas cosas sobre cómo los componentes de los alimentos afectan el genoma.
Soy bióloga molecular e investigo las interacciones entre los alimentos, los genes y el cerebro a fin de comprender mejor cómo los mensajes de los alimentos afectan nuestra biología. Los esfuerzos de los científicos por descifrar esa transmisión de información podrían traducirse algún día en vidas más saludables y felices para todos. Aunque ya desde ahora, la nutrigenómica ha revelado al menos un hecho importante: nuestra relación con la comida es mucho más íntima de lo que jamás imaginamos.
La interacción entre los alimentos y los genes
Si la idea de que los alimentos pueden desencadenar procesos biológicos al interactuar con el genoma resulta sorprendente, basta con tomar el ejemplo de una colmena para comprender cómo sucede esto. Las abejas obreras trabajan sin parar, son estériles y solo viven unas pocas semanas. En cambio, la abeja reina, alojada en lo profundo de la colmena, vive varios años y es tan fecunda que procrea toda una colonia.
No obstante, las abejas obreras y reinas son organismos idénticos genéticamente. Se convierten en dos formas de vida diferentes debido a los alimentos que comen. La abeja reina se da un festín con jalea real mientras las abejas obreras se alimentan de néctar y polen. Ambos alimentos proporcionan energía, pero la jalea real tiene una característica adicional: sus nutrientes pueden liberar las instrucciones genéticas que crean la anatomía y fisiología de una abeja reina.
Entonces, ¿cómo se traducen los alimentos en instrucciones biológicas? Recuerde que los alimentos están compuestos por macronutrientes. Estos incluyen carbohidratos –o azúcares– proteínas y grasas. Los alimentos también contienen micronutrientes como vitaminas y minerales. Estos compuestos, así como los productos que generan luego de que son digeridos por el organismo, pueden activar los interruptores genéticos que se encuentran en el genoma.
Al igual que los interruptores que regulan la intensidad de la luz en una casa, los interruptores genéticos determinan la cantidad en la que se genera cierto producto genético. La jalea real, por ejemplo, contiene compuestos que activan los reguladores genéticos para formar los órganos de la abeja reina y mantener su capacidad reproductiva. En humanos y ratones, se sabe que los subproductos del aminoácido metionina, que abundan en la carne y el pescado, influyen en los selectores genéticos que más importan para el crecimiento y la división celular. La vitamina C también es esencial para mantenernos saludables ya que protege nuestro genoma del daño oxidativo y promueve la función de las vías celulares capaces de reparar el genoma cuando se daña. .
Según el tipo de información nutricional, los reguladores genéticos activados y la célula que los recibe, los mensajes en los alimentos pueden influir en nuestro bienestar, el riesgo de desarrollar una enfermedad e incluso en nuestra esperanza de vida. Sin embargo, es importante tener en cuenta que hasta el momento la mayoría de estos estudios se han realizado en animales, como las abejas.
Resulta interesante que la capacidad de los nutrientes para alterar el flujo de información genética puede abarcar varias generaciones. Los estudios demuestran que tanto en humanos como en animales la dieta de los abuelos influye en la actividad de los interruptores genéticos y el riesgo de enfermedad y mortalidad de los nietos.
Causa y efecto
Pensar en los alimentos como un tipo de información biológica es interesante porque confiere un nuevo significado a la cadena alimentaria. De hecho, si la comida influye en nuestros cuerpos hasta un nivel molecular, entonces lo que “comieron” los alimentos que consumimos también podría afectar nuestro genoma. Por ejemplo, la leche que producen las vacas alimentadas con pasto difiere de la que proviene del ganado alimentado con granos ya que presentan distintas cantidades y tipos de ácidos grasos y vitaminas C y A. Por tanto, cuando las personas beben estos distintos tipos de leche, sus células también reciben mensajes nutricionales distintos.
Asimismo, la dieta de la madre influye en los niveles de ácidos grasos y vitaminas como la B-6, B-12 y ácido fólico que se encuentran en su leche materna. Eso podría alterar los mensajes nutricionales que llegan a los interruptores genéticos del bebé, aunque por el momento no se sabe si tiene un efecto en el desarrollo del niño.
Y, tal vez sin que lo sepamos, nosotros también formamos parte de esa cadena alimentaria. Los alimentos que comemos no solo influyen en los interruptores genéticos de nuestras células, sino también en los de los microorganismos que viven en nuestros intestinos, piel y mucosas. Un ejemplo sorprendente: en ratones, la descomposición que hacen las bacterias intestinales de los ácidos grasos de cadena corta altera los niveles de serotonina, un químico cerebral que regula el estado de ánimo, la ansiedad y la depresión, entre otros procesos.
Aditivos alimentarios y envases
Los ingredientes añadidos en los alimentos también pueden alterar el flujo de información genética dentro de las células. Los panes y cereales están enriquecidos con folato para prevenir los defectos de nacimiento causados por la deficiencia de este nutriente. Sin embargo, algunos científicos han planteado la hipótesis de que niveles elevados de folato, en ausencia de otros micronutrientes naturales como la vitamina B-12, podrían contribuir a la mayor incidencia de cáncer de colon en los países occidentales, probablemente porque afectan las vías genéticas que controlan el crecimiento.
Esa misma lógica podría aplicarse a los productos químicos que se encuentran en los envases de los alimentos. El bisfenol A, o BPA, un compuesto que se encuentra en el plástico, activa en los mamíferos los selectores genéticos críticos para el desarrollo, el crecimiento y la fertilidad. Por ejemplo, algunos investigadores sospechan que, tanto en humanos como en animales, el BPA influye en la edad de la diferenciación sexual y disminuye la fertilidad al aumentar las probabilidades de que los interruptores genéticos se activen.
Todos estos ejemplos apuntan a la posibilidad de que la información genética en los alimentos no solo proviene de su composición molecular (aminoácidos, vitaminas y similares), sino también de las políticas agrícolas, ambientales y económicas que aplican o dejan de aplicar los países.
Los científicos apenas han comenzado a decodificar los mensajes genéticos de los alimentos y el papel que juegan en la salud y las enfermedades. Los investigadores todavía no sabemos con precisión cómo actúan los nutrientes sobre los interruptores genéticos, qué reglas de comunicación siguen y cómo las dietas de las generaciones pasadas influyen en la progenie. Hasta ahora muchos de estos estudios se han realizado con animales, por lo que falta mucho para comprender el significado de las interacciones entre los alimentos y los genes en los humanos.
Sin embargo, resulta claro que desentrañar los misterios de la nutrigenómica dará más poder a la sociedad y a las generaciones presentes y futuras.
Este artículo fue traducido por Yahoo! Noticias.
Monica Dus recibe fondos de la Fundación Nacional de Ciencias, el Instituto Nacional de Salud, la Fundación Sloan, la Fundación Rita Allen y la Fundación Klingenstein. Está afiliada a la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Forma parte del consejo asesor de la revista Trends in Endocrinology & Metabolism, el consejo editorial de la revista Chemical Senses y el consejo asesor del Museo de Historia Natural de la Universidad de Michigan.
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